domingo, 29 de enero de 2017

Frutos de otoño.





Cuando duerme la tarde,
entre caminos de silencio y tristeza,
bajo las ramas desnudas,
sobre las hojas sin vida,
casi abriendo sus duros pétalos de madera,
descansa inerte la piña.

Ya avanza el invierno sobre la arboleda.
Un viento gélido se cuela indómito entre las ramas
levantando a su paso una tempestad de hojas secas
envolviendo en un frío manto de brillante escarcha.

Ahí se queda la piña
reposando en la blanda humedad de la tierra.
  Hay un aroma en el bosque de verano ya olvidado,
de tierra mojada,
de setas y frutos perdidos,
de musgo, nostalgia y de plata nívea en la sierra.

    El silencio del bosque se quiebra con tenues sonidos:
el murmullo del agua que discurre entre hielos,
el silbido del viento y el crujir de las hojas.
Las risas del niño que coge esa piña y la guarda en su cesto.

Y quizá en un momento, la piña,
vacía de frutos y ya sólo madera
encienda un fuego de un hogar,
estallando en mil chispas de color
crepitando en el calor de la hoguera.

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